Enciclopedia jurídica

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Reducciones jesuiticas

El origen histórico de las primeras reducciones, fue la misión simultánea de seis jesuitas, que en el año 1610, a instancias del gobernador Hernandarias de Saavedra y del obispo del río de La Plata, se organizó en el inmenso territorio de la diócesis. Todos éstos misioneros iban a tierras de indios infieles y no reducidos a pueblos, sino según su usanza, esparcidos en tolderias con sus caciques. La primera reducción fue la de San Ignacio, fundada por los religiosos de la compañía. Antes que se hiciesen cristianos los indios, y como medio de facilitarles su conversión, estaba prescripto que se redujesen a lugares fijos formando pueblos "y no viviesen divididos y separados por las sierras y montes, privándose de todo beneficio espiritual y temporal, sin socorro de nuestro miembros, y del que obligan las necesidades humanas, que deben unos
hombres a otros"; y por haberse reconocido la convivencia de esta resolución, rogaba y encaraba Felipe III a los arzobispos y obispos
"que en sus distritos ayudasen a la población de sus naturales..., Que los españoles encomendaremos solicitasen con mucho cuidado que sus indios fuesen reducidos a pueblos". De esta

diligencia de reducir a poblaciones regulares a los indios que antes Vivian divididos en sierras y montes, tomaron-dice el autor- el nombre ya dicho de reducciones, aquellos pueblos de indios que todavía contenían muchos indios infieles.

Y agrega que, conforme a las leyes de indias, en todo pueblo de indios debía haber una masa de bienes comunes, además de lo propio particular; conforme a ellas se disponía de la Administración de los mismos y de la mejor forma de defender la vida y actos de los indios, etcétera.

Durante las dos primeras décadas del siglo XVIII, los jesuitas lograron acentuar y unificar el período ejercido en las Misiones, representando el absolutismo de la monarquía, en oposición al gobierno civil de los conquistadores y a la orden de los franciscanos. El gobierno civil de asuncion fue siempre el mayor obstáculo a su expansion, sobre todo en lo que respecta al dominio de las arterias fluviales en la zona del río de La Plata, al que aspiraron con singular tesón, después de haber dominado el río Uruguay y parte del río Paraná, los que recorrian con buques de su exclusiva propiedad. De aquí que pusieran también el servicio de
estos propósitos su influencia espiritual y sus milicias, superiores en disciplina, número y armamentos, a los del Ejército español, para sostener a todo trance las posiciones que ganaban, confiando, mediante vías fluviales, obtener la llave que les daría la libre exportación o importación por el plata y el atlántico al exterior.

Había dos clases de reducciones: la reducción por evangelio, es decir por persuación, y la reducción por armas, es decir por la fuerza a fin de conquistar territorios. La primera de ellas era muy excepcionalmente aplicada. Estas misiones, que han despertado el entusiasmo de más de un historiador criollo, no pasaban de ser quistes incrustados en la masa de la América Bárbara.

En efecto, apenas desaparecia la misión, los indios volvían en masa a la vida que habían llevado antes de entrar en contacto con el europeo, sin más avance que la parodia de algunos ritos del catolicismo adaptados a su psiquis primitiva; para reunirlos, los misioneros tenían que hacer entradas en los territorios ocupados
por las tribus libres, acompañados de fuerzas militares, exactamente como los conquistadores; y por lo general solo lograban capturar unos pocos centenares de mujeres y niños, porque los hombres huían o sucumbian en la refriega.


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